Érase una vez un niño con 5 años
que se llamaba Tomás. Un día en el colegio, la profesora Mari Carmen preguntó
quién sabía cuáles eran los 5 sentidos. Todos levantaron la mano menos él. La
profe le preguntó por qué no levantaba la mano y el niño contestó: ¿Sólo hay
cinco sentidos? ¡Claro! – contestaron casi todos riéndose-. Pues yo debo ser el
único que tiene un sentido más. Los compañeros volvieron a reírse. Mari Carmen
pidió a Tomás que saliera a la pizarra y les explicara a todos los seis
sentidos que tenía él. Tomás empezó a contarles: yo tengo el primer sentido en
los ojos, que me deja veros; el segundo está dentro de mis orejas, y me deja
oíros; el tercero lo tengo dentro de la nariz, y me deja oler el perfume de mi
mamá cuando me despierta por las mañanas y se va a trabajar; el cuarto está en
la boca, y me sirve para saborear el bocata que traigo al cole; y otro más, el
sexto, está aquí - y Tomás se puso la mano sobre el corazón -, que a veces me
hace sentirme triste, como cuando me mandan pronto a la cama, y otras muy
contento, como cuando me llaman los amigos para jugar.
Irene Sánchez 6ºA
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